lunes, 19 de enero de 2009

Monólogo a unos jóvenes actores - (Albert Boadella)

Para decir lo que pienso sobre nuestro oficio, no voy a escudarme tras los métodos o firmas de prestigio acostumbrados, voy a tratar de deciros llanamente algunas cosas de las que me parece haber aprendido, en especial de lo que he comprobado prácticamente a través del error.
Este camino de 25 años para intentar conseguir acaso una suma de 20 minutos de lo que creo auténtico «Teatro» me da, si no la suficiente autoridad, sí la suficiente desfachatez para pontificar sobre vuestro oficio, lo cual no deja de ser una ingenuidad puesto que vosotros no buscáis lo más sencillo para aprender algo sino lo más hermético, porque aparenta mayor consistencia, lo cual no dejaría de ser un buen síntoma porque demuestra que poseéis el infantilismo necesario para ser actores.
En primer lugar quiero deciros que os marearéis de tanto dar vueltas en un círculo cerrado si antes no tenéis la audacia de tomar lo que es vuestro, si no recuperáis lo que habéis perdido hace siglos; me explico, los invitados se han aposentado en vuestra casa y se han convertido en anfitriones, sus razonamientos para ellos han sido pura lógica, análisis implacables demostrando vuestra minusvalía mental para regir los destinos de vuestra propia casa. Vosotros, casi analfabetos, degenerados ya en pequeños exhibicionistas de gabardina, os habéis quedado deslumbrados al ver cómo ellos transformaban vuestra burda payasada en fina y elaborada ironía, vuestra truculencia melodramática en drama psicológico y vuestra ancestral obscenidad en music-hall de buen gusto, sois tan depravados que con tal de poder menear vuestros huesos ante los ojos sorprendidos de cien personas os olvidáis de quienes sois, metamorfoseándoos de amos en serviles lacayos, de nada os sirve saber que sin vosotros no se abre el telón, que pueden ausentarse todos de la fiesta excepto vosotros, pero este pensamiento os atemoriza, por eso hace muchos años que no sabéis dónde vais, porque no vais, os traen, que es muy distinto.
Pero habéis subsistido porque vuestra tenacidad para enseñar las plumas (incluso mojadas) es legendaria y esta perseverancia ha permitido que hoy los acontecimientos os sean de nuevo favorables, quizás ya no tengáis capacidad de reaccionar porque seguís hablando reiteradamente de crisis, sin apercibiros que toda esta amalgama electrodoméstica de los medios de comunicación enlatados, cine, TV, discos, etc., se ha convertido en vuestro nuevo y mejor mecenas. Estos inventos, en su mayoría sólo útiles para transmitir un recuerdo grotesco de lo que es arte, definen perfectamente desde su implantación mayoritaria vuestro auténtico espacio de juego. El nuevo espacio, por fin, que sólo vosotros podéis llenar, cierto que es algo más pequeño de lo que creíais tener, pero no importa porque os habéis quedado con la esencia. Os ha tocado hacer de televisión, de libro, de película durante muchos siglos, incluso de telediario, en este futuro pues no hay duda que la palabra teatro tendrá un significado más preciso, el hombre puede volver a necesitar vuestra presencia.
El nuevo espacio se nos presenta como un lugar de encuentro entre oficiantes y comulgantes, donde todo se rige por un principio simple: la revalorización del rito en directo, la saturación producida por los procesos tecnificados de grabación y difusión de la imagen humana y su entorno; viene a potenciar y convertir en gran valor algo que hasta hace poco se tomaba por anticuado, un valor que surge como un anticuerpo frente a la tecnificación, por ello hablo de comulgantes, o sea de participación, de riesgo, de algo que se quema a medida que va transcurriendo, que no es posible proyectarlo mañana exactamente igual, para el espectador es la emoción de lo falible.
Este nuevo espacio, vuestro espacio, será un lugar de sensación más que de ideas; un lugar de catarsis irracional más que de psicoanálisis; un lugar de pobreza más que de derroche de medios; será más espacio para el juego y la locura y menos para el civismo constitucional, podrá convertirse en un paréntesis artesanal y primitivo en la era de la investigación espacial.
Sin embargo, si vosotros seguís persistiendo en este complejo de orfandad, esperando un buen director que os mueva y un gran texto que dé la cara por vosotros, conseguiréis por fin convertir vuestro oficio en una nueva sala del museo etnológico.
Vuestro bagaje es inservible para este nuevo espacio, quizás no servís ni vosotros los que os llamáis actores; es posible que sea un trabajo para otra gente y aún algo más difícil: habrá que hacer, como se dice hoy, una reconversión del público, este público nostálgico que asiste fielmente a un acto de cultura y que ve en vosotros, sin faltarle razón, unas momias moviéndose en el interior de un bello sarcófago del que hay que descifrar los jeroglíficos, este público sediento de la clase mensual de cultura animada, dígase teatro, este público al que nosotros en perfecto psicodrama le ayudamos a sentirse élite. Pues bien, hay que decepcionarlo ya de esta funcionalidad tan concreta, o se adapta a otros objetivos o deberemos buscar nuestros nuevos feligreses entre aquella mayoría que cuando piensa en un sinónimo de aburrimiento se acuerdan sistemáticamente del teatro, lo cual es un signo inequívoco de lucidez. ¿Pero qué extraños temores, reticencias y complejos estúpidos os invaden cuando hablamos hoy del público? ¿Qué temor tenéis a complacerlo? Precisamente vosotros los actores que hace unos años ejecutabais unas reverencias como saludo que casi rozabais con la mandíbula el suelo, ahora completamente acomplejados lo miráis serios, en actitud hierática, incluso a menudo despectiva, ¿habéis olvidado que el teatro es un arte de masas? Vosotros no os entregáis al gusto individual de cada espectador en música o plástica, os entregáis al público porque el alma de la masa será la que prevalecerá en cada uno de ellos, o ¿es igual el silencio de tres personas al de tres mil? Cuando mil personas emiten una carcajada contagian y arrastran incluso aquel que no le hacía gracia alguna. Los que no penetran en esta ceremonia colectiva, los que a priori quieren independizar su cabecita jamás comprenderán nada, porque para comprender hay primero que sentir y dejarse arrastrar por el fenómeno colectivo.
Es evidente que para llegar a construir unos espectáculos que se enmarquen dentro de los límites de este nuevo espacio es necesaria la renovación total de los procesos de creación, organización y administración del teatro. No sólo los locales han quedado desfasados, sino todo el procedimiento que arranca desde la decisión de hacer una obra, hasta el día que la ponéis delante del auditorio.
Ahora utilizáis la artesanía de copistas, estáis cerrados en un gueto donde se interpreta, se recrea, se pone al día, se sigue tal o cual método y sobre todo se coloca como espejo copista al interior del gueto, sus modas y sus ideales, da la sensación de que nos estamos haciendo el teatro para nosotros mismos, nuestros amigos y enemigos internos, incluso cuando lanzáis muchas expresiones que no son nunca el recuerdo de aquellos ciudadanos anónimos sino de Depardieu o Ingrid Thulin, copiáis del teatro y aun del cine. Para cocinar este plato de segunda mesa tampoco tenéis la humildad de utilizar vuestra propia cocina sino que preferís trabajar con los de Stanislavsky, Brecht o Artaud, se trata de buscar siempre la patente de corso, la seguridad y la eliminación del riesgo, en suma, eliminar el salto en el vacío inseparable del juego artístico. Pero con todo este bagaje os movéis sólo en un reducido mundo de sobreentendidos, Shakespeare no es escogido porque os guste más que otras cosas, más bien es un buen vestido para vuestra desnudez interior, se trata de un valor seguro, muy idóneo para vuestra vocación de tenderos culturales.
Yo no sé qué piensan vuestros clientes habituales, pero os aseguro que personalmente me empiezan a sonar reiterativas las dudas de Hamlet y la ceguera de Edipo, me ocurre ya como con el pom!, pom!, pom! de la V Sinfonía de Beethoven. Representando el repertorio podéis pensar que hacéis TEATRO en mayúsculas, pero creo que a muchos nos resulta ya pesado y la pesadez debería ser siempre delito y, por lo menos en nuestro oficio, motivo de incapacitación profesional.
Pienso que si de verdad deseáis tener un público nuevo, posiblemente más mayoritario y por lo tanto mejor, tenéis que empezar por vaciar el programa de mano de las pedanterías de turno; esto ya será todo un síntoma, en primer lugar porque vuestro juego no debe necesitar más claves de comprensión que aquellas que se dan directamente durante las horas que dura, en segundo lugar porque entraremos tranquilos en la sala sin el temor de que el intelectualillo de turno haga sus pinitos a nuestra costa, bombardeándonos con sus literarias elucubraciones y, lo que es más grave, con su impúdico didactismo moralizador. Cuando no se puede ofrecer emoción y magia se moraliza y se recurre a la llamada «profundidad literaria».
Nuestro oficio es una especie de inclusa que alberga un sinfín de vocaciones frustradas, aquí todos se ven con ánimo para realizar su propio psicodrama ante vuestras perplejas narices; no quiero poner en duda las buenas intenciones de los intrusos, pero en nuestro espacio no cabe más que la malicia, por no decir el arte de la maldad, este es nuestro trabajo: la magnífica maldad ecológica de los carroñeros. Y para practicar esto hay que saber volar muy bien, no es suficiente la buena fe proselitística, no es suficiente declararse comprometido con la realidad del momento, debéis recuperar la seguridad en vosotros mismos para poder exigirle al intelectual un respeto hacia vuestro trabajo que se traduzca con el silencio a vuestro entorno, un silencio explícito demostrando que hay cosas de las que no es necesario especular, que si se obstinan en explicar y analizar se desvanecen, un silencio que envolverá vuestro juego del clima mágico y ritual que le es propio. Hasta hoy da la sensación que sólo servimos de objeto para estudios sociológicos, se hace poquísimo teatro, pero se escribe y se habla hasta la saciedad.
Debemos convencer a los que ejercen de intelectuales con obsesiones artísticas para que se inventen un pseudo arte, a fin de practicar sus estropicios sin peligro de quemarle la casa al vecino, un arte exclusivamente para ellos, porque después de haber convertido la pintura en algo que sólo interesa al especulador, la arquitectura en una apología de lo invisible y la música contemporánea en un escarnio para el tímpano, están empeñados en conseguir que en el teatro seamos más en el escenario que en la sala.
Jamás en la historia se habían dado tan buenas razones para explicar las obras, pero esto no ha hecho que los actores sean más populares, quizás, todo lo contrario.
A vosotros indignos y acomplejados actores, los sabios colonizadores de vuestra profesión os han mostrado unos espejos y han dictado en cada momento lo que toca, hoy toca Brecht, mañana volveremos a los clásicos, pasaremos de nuevo por Verdi y actualizaremos Sófocles, descubriremos que Echegaray era genial e injustamente olvidado, etc. Pero sobre todo se nos lanzará a una misión sagrada e ineludible a todo artista comprometido, la investigación, la búsqueda y el laboratorio y así entraréis de lleno en la danza de la confusión, donde se pierde la medida de todo, donde lo más pueril se convierte en genial, porque para todo habrá una teoría completísima que lo justifique, será el arte de la teoría pero no del espectáculo.
Si de lo que se trata es de hacer teatro contemporáneo esto es sencillísimo, sólo es cuestión de poner vuestra óptica de creadores en el entorno inmediato. No se trata como decía alguien de ser originales sino originarios. Nada más contemporáneo, nada más moderno que vuestro entorno, la forma de transcripción de esta realidad circundante sólo es una cuestión de sensibilidad ante unos acontecimientos, pero esta sensibilidad no se investiga, será algo innato en vosotros, es lo que distinguirá vuestra óptica de la de otros que se dedican a menesteres distintos. En un artista no existe por separado la función de mirar y la de plasmar, son una sola acción. No hay nada que investigar, la investigación sólo será posible si queremos saber cómo hacían tal o cual cosa los griegos, pero esto ya es un oficio distinto. En cuanto al laboratorio dejémoslo como estaba para los productores farmacéuticos y devolvamos también de una vez a los taxis y autobuses lo del teatro servicio público. Nuestro civismo no es precisamente el que conciben los políticos.
De las invenciones culturales y de los planes ministeriales debéis prescindir porque los intereses serán siempre los más dispares con la libre creación, es decir, sería incluso sano que cuando ellos señalaran el año Calderón, vosotros Lope y cuando toque Lope, vosotros Tirso, por si acaso. Pienso que nosotros no debemos aspirar a ser más cultura que la agricultura y el tratamiento de pieza museística de alto valor cultural como nos clasifican debe ser tomado como una vejación, aunque reconozcamos que lo tenemos bien merecido.
No quiero complacerme en la agresión, os propongo una alternativa, no tanto por deber cívico-cultural como por la alegre esperanza de poder ver un día salir singando a los intrusos y mercaderes de nuestro oficio, pero mi propuesta no es nueva, nada original, ¡es sólo la sala de ensayo! Allí se organiza vuestro baile, allí deberéis ser como el Rey Sol.
-Buenos días, ¿quién es usted?
-Soy el autor, vengo con una obra debajo el brazo.
-Bien, pero primero cambie usted el título nobiliario, aquí autores lo somos todos, desde el luminotécnico hasta el figurinista, déjenos usted estos papeles y veremos si se trata de una ayuda para nuestro lucimiento o de unas represiones a nuestro creativo exhibicionismo, pero le vamos a ofrecer una propuesta: abandone usted el despacho, siéntese usted aquí, tome los folios, la pluma y no sólo nos ayuda a conjugar correctamente los verbos sino que, además, nos provoca con sus especulaciones dramatúrgicas, estamos seguros que nos modificaremos mutuamente. Usted, ¿tiene ideas? ¡Pues fantástico! Póngalas a nuestro servicio, ahora bien, le prevenimos que el teatro no es un casamiento de por vida con la literatura, es decir mañana nosotros podemos pedir de nuevo el divorcio; le aconsejamos, pues, que aproveche su estancia entre nosotros para percatarse de lo que es este oficio, del que hasta ahora posiblemente sólo conocía una mínima expresión.
-Y, usted, ¿quién es?
-Soy el director.
-Muy bien, pues discuta su parcela de poder en la provocación con este señor que se autotitula autor, pero con usted sólo contamos para unos trabajos precisos: siéntese en el patio de butacas, camúflese entre el público, es decir, en la masa, y díganos si las expresiones que desde aquí lanzamos le llegan o no, y si todo este conjunto visto desde fuera tiene una cierta armonía, pero no aproveche las grietas para erigirse en caudillo de la fiesta; usted es un miembro del servicio, no el líder.
-Usted debe ser el decorador.
-¡No! Perdone, pero soy el escenógrafo, mire: aquí llevo los bocetos y los figurines.
-Siéntese usted también, déjese de ideas previas, empápese de nuestro juego y allí donde no llegue nuestro cuerpo para expresar lo que deseamos, complételo usted; ahora bien, no le toleraremos sabotaje, antes que lucirse usted háganos lucir a nosotros, consiga que cualquier objeto, vestido o invento sea un aliado y no la máquina infernal que nos amarga siempre las representaciones convirtiéndonos como gallos en corral ajeno. Sepa usted que el teatro podrá ser tanta síntesis de las artes como se quiera pero al fin todo pasa a través de nuestro filtro, es decir, de nuestro cuerpo. Nosotros nos las tenemos que ver con el toro a diario.
-Muy buenas, yo soy el administrador político-cultural.
-Fuera de la sala, váyase a su oficina y sepa de antemano que nuestro rito no es seguro que sea cultura, estaría quizás más cerca del delito social, por lo que estamos seguros de que antes del canto del gallo estará ya avergonzado de nosotros delante de sus inmediatos superiores. Pero no tema, no se quedará solo, siempre encontrará comerciantes que dicen practicar nuestro oficio para imponerles sus medallas, sus premios y sus cargos; ya se sabe, es una ley ecológica.
-Y usted, enano, que se esconde detrás de las butacas, ¿quién es?
-Yo soy crítico.
-Pues váyase usted a la mierda, a usted no le gusta el teatro, usted es un parásito que vive a nuestra costa, es un «anda ve y dile» responsable también del gran baile de confusión; además, no se le ocurra decir que es muy buena la obra porque de la manera como lo escribirá me habrá ya discriminado a priori todos los posibles espectadores. Tiene que reconocer que es usted un invento inútil sin el cual el teatro ha seguido funcionando perfectamente, usted sólo es válido para poderlo citar cuando se coleccionan monstruosos errores en torno a Beethoven, Verdi o Van Gogh. Le rogamos que busque su afán de protagonismo en otras áreas, que aquí estamos sólo los actores tirando de un carro excesivamente cargado de «colaboradores», desde el día que a un insensato se le ocurrió decir aquello del teatro como lugar de encuentro de todas las artes.
En suma, podéis tratar así a vuestros invitados o decirles lo mismo diplomáticamente, pero debéis comportaros de una vez como auténticos anfitriones, porque el teatro será lo que vosotros queráis y por descontado lo que también quiera el público. Achacar su falta de asistencia a la incultura del personal resulta pueril e hipócrita, será mucho más efectivo si lo interpretáis como un voto de censura a lo que estamos haciendo. Si partimos de esta deducción algo puede cambiar y el momento es óptimo.

CHARLA SOBRE TEATRO- (FEDERICO GARCÍA LORCA)


Queridos amigos: Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes, banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni el momento más triste que el aplauso organizado, aunque sea de buena fe.
Además – esto en secreto-, creo que banquetes y pergaminos nos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud descansada de los amigos que piensan: “Ya hemos cumplido con él”.
Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y donde están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida.
Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: “¿A que no tienes valor de hacer esto?” “¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje?” “¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos en la guerra?” Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista, que se afemina y se destroza con el fácil halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rocas, mojados por el amanecer, donde sufren los ladrones, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido.
Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la alegría de mi corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral madrileña pedía a la gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada historia artística, lumbrera del teatro español y admirable creadora del papel, con la compañía que tan brillantemente la secunda, una representación especial para verla.
Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo noble del teatro, doy, ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las más verdaderas gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.
El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.
Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa cosa horrible que se llama “matar el tiempo”. No me refiero a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin solución.
Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro, y siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en lo más oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra, sino de profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización. Mientras que actores y autores estén en manos de empresas absolutamente comerciales, libres y sin control literario ni estatal de ninguna especie, empresas ayunas de todo criterio y sin garantías de ninguna clase, actores, autores y el teatro entero se hundirá cada día más, sin salvación posible.
El delicioso teatro ligero de revista, vodevil y comedia bufa, géneros de los que soy aficionado espectador, podría defenderse y aún salvarse; pero el teatro en verso, el género histórico, la llamada alta comedia y la esplendida zarzuela hispánica sufrirán cada día más reveses, porque son géneros que exigen mucho y donde caben las innovaciones verdaderas, y no hay autoridad ni espíritu de sacrificio para imponerlas a un público al que hay que domar con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas ocasiones. El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad, porque el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas las sillas donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni enseñan ni dejan enseñar.
Al público se le puede enseñar – conste que digo público, no pueblo-; se le puede enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace años, y he asistido después a las clamorosas ovaciones que un público popular hacía a las obras antes rechazadas. Estos autores fueron impuestos por un alto criterio de autoridad superior al del público corriente, como Wedekind en Alemania y Pirandello en Italia, y tantos otros.
Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y jerarquía de los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imagen y la gracia del teatro, que es siempre, siempre, un arte, y será siempre un arte excelso, aunque haya habido una época a que se llamaba arte a todo lo que no gustaba, para rebajar la atmósfera, para destruir la poesía y hacer de la escena un puerto de arrebatacapas.
Arte por encima de todo. Arte nobilísimo; y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra “Arte” en las salas y camerinos, porque si no, vamos a tener que poner la palabra “comercio” o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, y sacrificio y amor.
A través de mi vida, si vivo, espero, queridos actores, que os encontréis conmigo y yo con vosotros. Siempre me hallaréis con el mismo encendido amor y con la moral artística del ansia de una obra y una escena cada vez mejor. Espero luchar para seguir conservando la independencia que me salva; y para calumnias, horrores y sambenitos que empiecen a colgar sobre mi cuerpo, tengo una lluvia de risa de campesino para mi uso particular.
No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de recibirlas. Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy un iluso. He pensado mucho –y con frialdad- lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo se que la verdad no la tiene el que dice “hoy, hoy, hoy” comiendo su pan junto a la lumbre, sino el que serenamente mira a lo lejos la primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice “ahora mismo, ahora, ahora” con los ojos puestos en las fauces de la taquilla, sino el que dice “Mañana, mañana” y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.

2 de Febrero, 1935.